Años después de que ocurriera esta tragedia Anahi Salvatore una mujer que vivía en el complejo de apartamentos conto su vivencia de este suceso, ella relata que minutos antes de que todo ardiera, se encontraba inquieta. Iba y venía sin rumbo por el departamento del quinto piso en el microcentro de Rosario, atemorizada por el olor a gas y perturbada por un silbido incesante. Hasta que sucedió la explosión.
Desde la mañana del martes 6 de agosto de 2013, Anahí se convirtió en “la mujer de la ventana”. Por la foto que recorrió el mundo donde la muestra con una pierna sobre el alféizar y con una cara de desesperación. Se ve a Anahí en busca aire en el único lugar posible y, a la vez, amaga con un salto que no llegaría jamás.
“Esa foto la veo sin verla. La tengo eternamente en la cabeza. Hoy puedo sentarme y dimensionarla a la distancia, pero te aseguro que mi registro mental no era así. Recuerdo muy bien lo que viví, pero no recuerdo haber sentido lo que se ve en la imagen. Por eso no salté. Es más, nunca pensé en saltar”, cuenta Anahi.
Ese discernimiento, al fin y al cabo, le salvó la vida: varias de las víctimas murieron por el impulso de arrojarse al vacío mientras las llamas consumían el complejo de apartamentos, donde una fuga de gas que ya había sido advertida semanas antes por los vecinos, la cual provocó la tragedia.
Anahí dice que la salvó el que ella estaba debajo del marco de la puerta. “Pude haber estado en la cocina, en el balcón o en el dormitorio y ser hoy una víctima más. Pude haber intentado salir, subirme al ascensor o bajar corriendo por las escaleras, como hicieron varios de los vecinos que ya no están. Pero no. No sé cuál fue la mano que me puso ahí”, relata, casi nueve años después.
Cuenta “la mujer de la ventana” que hubo un momento en que ya no sintió más olor ni ruido: “El olor a gas, cuando es tan persistente, dejas de percibirlo. Y ese sonido, que era como la turbina de un avión, se ve que ya lo tenía incorporado”. Tras el estruendo, Anahí se desvaneció. Minutos después, cuando pudo reincorporarse, todo era humo, polvillo y escombros.
“Me subí a la ventana para poder respirar. Sentía ahogo y muchísimo calor. Pero ya te digo: si me moría, iba a ser ahí adentro”. Anahí, entonces, pudo ver todo lo que pasaba abajo, en la calle: autobombas, ambulancias, móviles, gente que gritaba. Esos minutos eternos que antecedieron a su rescate: “Nadie podía llegar adonde estaba. Y yo mientras veía cómo todo ardía. Es una película que quedó grabada en mi cabeza y sigue intacta”.
En esa escena, Anahí ubica a Néstor Villagra, uno de sus rescatistas: “Subió al edificio de al lado con una escalera, me hablaba y trataba de calmarme. En ese momento, yo solo quería agua y él me pasó una botellita”. Y agradece también a Andrés Lastorta, el bombero que finalmente la sacó y la acompañó hasta la ambulancia: “Una vez que removieron escombros, pude trepar al balcón del edificio que está justo al lado. Y ahí bajé con él”.
La vida de la mujer de la ventana hoy
Anahí perdió su casa y los dos autos que se encontraban en el estacionamiento en el momento del desastre. El fuego consumió sus ahorros, sus muebles, todas sus pertenencias. “Fue como volver a nacer”, asume a mitad de camino entre la resignación y la esperanza. La explosión le dejó cicatrices en el cuerpo y el alma. Le dejó, también, una lesión en el oído que la acompañará de por vida. Pero sobre todo, la obligó a reinventarse.
“Yo tenía una vida tranquila y acomodada. En aquel momento tenía 49 años y trabajaba en un emprendimiento de regalería que habíamos iniciado con una amiga. Y tuve que volver a empezar”, relata.
Volver a empezar implicó reconciliarse con una profesión que tenía archivada: “Tenía el título de óptica. No era lo que quería para mí, pero me reinserté en esa tarea y salí a pelearla. ¿Qué otra opción tenía? pasarla en la calle, sin casa, sin recuerdos, sin nada. Salí del hospital y ni ropa tenía”. Anahí pasó los días siguientes a la tragedia en una cama en el Sanatorio Parque. Por entonces, ya sabía que su vida había cambiado para siempre.
Con el tiempo, Anahí y su esposo pudieron comprar otro departamento a 15 cuadras de Salta 2141: “Es más chico. Tiene una habitación menos, pero estamos bien”. Nunca más pudo volver a manejar debido al vértigo, una de las secuelas que le quedaron. Pero el efecto más doloroso de la tragedia, dice, es “la falta de justicia”.
En julio de 2019, los jueces Marcela Canavesio, Juan Leiva y Rodolfo Zavala sentenciaron al gasista Carlos García (quien trabajo el día del accidente) a cuatro años de prisión por el delito de estrago culposo. No hubo más condenas: otros 10 acusados fueron absueltos. La mayoría eran inspectores y gerentes de Litoral Gas, la empresa prestadora del servicio. En marzo de 2020, la Cámara Penal de Rosario confirmó el fallo en primera instancia.
“Fue una vergüenza el fallo. No tuvieron en cuenta las acciones y omisiones previas de la empresa (el problema con el gas en el edificio había sido denunciado por los vecinos el 23 y 24 de julio). Eso es lo más terrible, porque todo sigue igual: en la Argentina sufrimos una desprotección permanente”, declara Anahi.