Hurgarse la nariz es una práctica tan común, que según una encuesta, el 91% de los ciudadanos lo hace a diario. En cualquier otro momento de la historia este sería un hábito, que aunque un tanto asqueroso, muy inofensivo, pero ahora algunos expertos han investigado sobre el asunto y han concluido que puede ser peligroso, ya que puede provocar un contagio de coronavirus.
Al realizar esta práctica, no solo están esparciendo las propias bacterias y virus en todo lo que se toca después de hurgarse, sino que también “transfieres gérmenes de la punta de los dedos a la nariz, que es exactamente lo contrario de lo que quieres”, dijo el especialista en enfermedades infecciosas. Dr. Paul Pottinger, profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad de Washington en Seattle.
Esto significa que se puede transmitir el coronavirus a otras personas tras hurgarse la nariz, y también es más probable que se lleve ese virus, junto con otros como la influenza o el rinovirus (el resfriado común), directamente al cuerpo, publica CNN.
La nariz es una de las tres formas principales por las que los virus pueden entrar al cuerpo, además de la boca y los ojos. La nariz tiene una serie de sistemas de defensa para mantener alejados a los patógenos, incluido el pelo en la parte delantera de las fosas nasales para bloquear las partículas más grandes y la membrana mucosa.
Ese revestimiento húmedo de la nariz “tiene glándulas microscópicamente pequeñas que pueden secretar moco en las vías respiratorias en respuesta a invasores extraños. Eso incluye polen, suciedad, polvo y también cosas microscópicas, que incluirían bacterias y virus”, declaró Pottinger.
Por otra parte, los profesionales de la salud mental consideran que hurgarse la nariz, como morderse las uñas, pellizcarse la piel, morderse los labios y tirarse el pelo, es un “comportamiento repetitivo centrado en el cuerpo”. Esas son “acciones que están dirigidas al propio cuerpo y que a menudo se enfocan en arreglar o remover partes del cuerpo”, según el Dr. Elias Aboujaoude, profesor clínico de psiquiatría en la Universidad de Stanford en California y director de la Clínica de Trastorno Obsesivo-Compulsivo.
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