Visto desde arriba, el basural de Concordia parece un desierto apocalíptico. Una desolada llanura seguida por una sucesión de pequeños y a veces grandes montículos de residuos multicolores que vistos juntos dan un color uniforme. En ese lugar se tiran todos los desperdicios de la ciudad. Pero no son solo cosas. En el basural, la sociedad también descarta gente.
Son los pobres y los indigentes de los que de vez en cuando habla el INDEC. Después de la pandemia mucha gente quedó sin trabajo y se volcó al basural para no morir de hambre. De 7 de la mañana a las 5 de la tarde este lugar de trabajo de cientos de personas. Es un mar de basura podrida, vidrios rotos y sustancias peligrosas. De hongos, virus y bacterias. Los trabajadores entran aquí sin protección, con las zapatillas rotas, la mayoría sin siquiera guantes.
Para entender la magnitud de esta injusticia hay que multiplicar lo que pasa en este lugar por 5000. Porque ese es el número de basurales a cielo abierto que hay en todo el país. En esos lugares los argentinos tiramos 1 kilo y medio de basura por día y por persona. Lo que hace un total de 45.000 toneladas en todo el país. Son datos que deberían hacernos replantear algunas cosas.
Cómo es el día a día dentro del basural
A las 7 y media llega el primer camión recolector. Entra en el predio a toda velocidad y es un milagro que no haya pisado a nadie. La alerta es general en el lugar y ya todos corren detrás de la “Cuca” (por cucaracha) que es así como le dicen a los camiones. Es muy importante encontrar una buena ubicación debajo del camión para poder abrir más bolsas. Muchas veces el orden se da por antigüedad, pero otras por quién corre más y llega primero.
Ahora hay que apurarse. Porque lo que vos no juntás lo junta el de al lado. Y hay que recolectar cientos de kilos para que la jornada valga la pena.
Me puse a trabajar con ellos. A abrir las bolsas. Solo miraba lo reciclable, las botellas, el cartón, el vidrio. Como un modo de autopreservación eludía mirar el resto, como cosas podridas o repugnantes.
Pero la podredumbre la sentí en las manos. La basura está tibia. Dicen que es por la falta de oxígeno en las bolsas. Eso fue algo que no pude dejar de sentir y que todavía me acompaña. Los guantes se humedecen rápido y si parás a descansar un rato se endurecen como piedras. El final de cada jornada transcurre inevitablemente con las manos descubiertas.
En el basural no hay comida: se come lo que otros descartaron o las sobras
En el basural, las jornadas son largas y no hay ni baño, ni agua, ni comida. Por eso cuando se encuentran galletitas, latas de conservas o yogures que tiran los supermercados y que está vencida por algunos días nadie duda y se lo comen en el lugar. Si sobra, se llevan la comida a sus casas para compartir con la familia.
Pero ese es el mejor panorama. Generalmente se encuentran restos de comida, sobras. Si se ven más o menos bien también se consumen. Si no se le saca la parte que está podrida y se consume el resto. La piel del pollo es de consumo inmediato. Se reduce en una lata cualquiera y se espera que se vuelva crocante. No muchas veces pasa y terminan comiendo la piel cruda.
En ese punto el basural funciona como un supermercado. En una misma mañana encontramos la piel del pollo, cebolla, limón y hasta la sal. Está de más decir que la comida en este estado es vector de múltiples enfermedades gastrointestinales. De cualquier manera, las dolencias más comunes son las dermatológicas y respiratorias.